domingo, 23 de junio de 2013

El rostro por San Juan


Entre despedidas y bendiciones, le recomendaron lavar su cara con el agua de la noche de San Juan, impregnada de flores. Me hizo gracia, lo reconozco. Y ella sonrió agradecida, como siempre. Pero no le hace falta. Apenas tiene arrugas. Y en cada arruga, una historia, seguro. Ella es enigmática. Su mirada, limpia y azul, transparenta inmensidad. Han contemplado bueno y menos bueno. Sus manos, recogidas y prudentes, expresan ternura. Han amasado más de lo que supongo. No precisa adecentarse con aguas mágicas. Tiene el poder de calmar a quien a su lado se sienta. Lo he visto. Y me gusta verlo. Lo que nunca he visto es cómo llega hasta su sitio. Tampoco abandonarlo. Siempre está, siempre es puntual. Y como una delicada sombra, desaparece.

Es como una suave presencia que mantiene todo en orden. No me imagino su sitio vacío, ni la iglesia sin ella. No alcanzo a saber quién recordaría el canto de una joven hebrea sin sus plegarias. 

Ella forma parte de mi recuerdo agradecido. Forma parte de las parábolas que, por suerte, he podido leer en sus rostros, en su mirada limpia y azul. Es parte de esa realidad que, compleja e inquietante, me veo próximo a despedir y pronto a ofrecer...