Fenómeno poco estudiado es la capacidad de no derramar una lágrima. Si bien es cierto que lo que le lleva uno al llanto está determinado por diversos factores, incluso contrarios entre sí, hay personas que viven el drama de ser incapaces de llorar.
Para sentir tal experiencia, es necesario manifestar tal destreza con la cara y extremidades del cuerpo humano. Me explico: frunza el ceño, mordisquee su labio inferior y deje que su barbilla titubee sin piedad. Su faringe se sabrá invadida por un extraño nudo que dificultará su respiración (no confundirlo con las bolas o pelotas que en la infancia se nos atravesaban). Sígase dicho conjunto facial interno y externo con un excitado temblor de pierna o de ambas y, si es menester, juegue con sus manos como si la vida le fuera en ello. La teatralidad de la escena culmina cuando el invisible nudo le produzca tal dolor que tendrá que tranquilizarse en un intento de continuar su existencia.
Y así, creyendo que nadie se percata de su amarga situación, permanecerá tantos minutos como el motivo causal continúe en su memoria.
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